La elefanta Pelusa
La elefanta Pelusa tiene más de cincuenta años, vive en el zoológico de mi ciudad y ha estado ahí desde que puedo recordar. Siempre ha estado sola en su corral, y tal vez es por eso que le gusta llamar la atención: un día le quitaba la cartera a una señora descuidada y la estiraba como un chicle, otro nos mostraba cómo podía elongar un neumático hasta el doble de su largo con la fuerza de un coloso; pero lo que más disfrutábamos los niños, era llenar su trompa con comida. Y ella no se hacía rogar, apenas algunos visitantes se acercaban a su cerca, comenzaba a pasear su trompa como una mano enfrente de todos, juntaba lo que le dábamos y se lo llevaba a la boca, lo que para mí era increíblemente sorprendente. Me llevó años entender que la trompa era la nariz y no la boca. A Pelusa también la alimentó mi madre de niña, y muchas veces me he preguntado qué tan cierto es eso de la memoria prodigiosa de los elefantes ¿Se acordará de mi madre niña? ¿Me reconocerá a mí ahora? Y más atrás aún ¿Se acordará de África?¿Sabrá Pelusa que, a su edad, ya debería ser la matriarca de un grupo de hembras viajando por las sabanas africanas?¿Recordará su manada?
Ahora, después de cincuenta años, finalmente se han dado cuenta que un elefante no puede comer pan ni galletitas, y han colocado una segunda cerca para que la gente no pueda alimentarla. Pero Pelusa no lo sabe, y continúa paseando su trompa pidiendo comida, aunque ya no puede alcanzarnos. A veces me fijo en su ojo rojo y extraño, que apunta hacia mí como un cíclope. Y vuelvo a preguntarle en silencio ¿Te acuerdas de mí, Pelusa?¿Te acuerdas de una niña parecida a mí, hace medio siglo?¿Te acuerdas de África?
Pelusa pestañea y sus pestañas son tan largas que le cubren todo el ojo, que se clava rojo en los míos. Intento leer en él, pero tal vez me equivoque. Porque la última vez que miré, creí ver a una niña que era yo, alargándole un pan de los que mi abuela guardaba en la cocina, a otra parecida a mí, usando un vestidito de los años cincuenta y, mirando más profundamente, a un tigre y a un guerrero zulú, brillando lejanos en su ojo de fuego.
Ahora, después de cincuenta años, finalmente se han dado cuenta que un elefante no puede comer pan ni galletitas, y han colocado una segunda cerca para que la gente no pueda alimentarla. Pero Pelusa no lo sabe, y continúa paseando su trompa pidiendo comida, aunque ya no puede alcanzarnos. A veces me fijo en su ojo rojo y extraño, que apunta hacia mí como un cíclope. Y vuelvo a preguntarle en silencio ¿Te acuerdas de mí, Pelusa?¿Te acuerdas de una niña parecida a mí, hace medio siglo?¿Te acuerdas de África?
Pelusa pestañea y sus pestañas son tan largas que le cubren todo el ojo, que se clava rojo en los míos. Intento leer en él, pero tal vez me equivoque. Porque la última vez que miré, creí ver a una niña que era yo, alargándole un pan de los que mi abuela guardaba en la cocina, a otra parecida a mí, usando un vestidito de los años cincuenta y, mirando más profundamente, a un tigre y a un guerrero zulú, brillando lejanos en su ojo de fuego.
7 comentarios
NOFRET -
Gracias por tu comentario, Malsapo, justamente la idea del texto es ser simple, estoy escribiendo cosas muy sencillas últimamente, por eso ya no las subo a atra sino a los blogs.
Y es que Pelusa se llama así, ella es real. Es tradición cuando se trae un animal nuevo al zoo de mi ciudad, que los niños le elijan un nombre.
(Claro que esos niños ahora han de tener 60 años al menos! mi madre tiene 59 y no sabe cuándo la trajeron, ella también la recuerda de toda la vida como yo)
Y sí, siempre me ha dado pena el encierro de esta elefanta, especialmente porque las hembras son gregarias, y no sólo ha estado encerrada, sino también sola toda su vida. Creo que los zoológicos deberían intentar recrear, en lo posible, las condiciones naturales de vida de los animales que hospedan.
Recién ahora se está tomando un poco de conciencia.
Besos a los tres! (ah! y también a Goreño, que me olvidé)
MalSapo -
Rosis -
Besos!
Bernal -
Siempre es un gusto leerte.
Un beso
NOFRET -
Y vaya con esos duendes! ¿justo esta página me tenían que embrujar? :(
Goreño -
Aunque ya había leído tu texto, es igualmente un placer volver a leerlo. Un beso.
NOFRET -
Aprovecho la ocasión para decirles que no es que haya dejado de participar, es que entrar a la página se me hace cada vez más difícil, a veces logro entrar, pero no puedo concluír las lecturas. A veces las concluyo, pero no puedo enviar un comentario. Y a veces lo puedo enviar, pero luego no puedo volver. Cada clic puede ser el último antes de que me aparezca el cartelito infernal "el sitio web no responde". Así que sepan disculpar si me dejan comentarios y no les respondo, es que esta máquina me tiene a su merced. Pero sólo me pasa con esta página, así que tengo miedo de darle una paliza a mi PC y que no sea su culpa. ¿a ustedes no les pasa?
(espero poder enviar esto...) :(